Wednesday, January 03, 2007


Esta novela inicialmente se iba a llamar Puras Disculpas. Era poesía rock. Quería hacerle un homenaje de 200 páginas a la excelentísima canción de Nirvana, All Apologies, pero en labios de Sidneay O’conor. No obstante, al final, me daría cuenta de que no funcionaba. Si bien mis influencias me habían llevado a revisitar los territorios de Kerouack, Leonard Cohen, Barry Giford, Loriga, “el viejo” Bob, Andrés Caicedo, Lorrie Moore, Fuguet, Patiño Millán, Malcom L., Douglas Copland y Brautigan, no creía haberme acercado siquiera a sus alientos. Lo que había logrado, tal vez sin falsas modestias, es que había establecido un pequeño atisbo al mundo del cine, su realización, las peripecias detrás de cámaras de una industria millonaria en el contexto de un país pobre, como Colombia.

De este modo, la receta parecía muy sencilla:

1. Ponga una cucharada de periodismo literario en un sartén; agregue expresiones idiomáticas, mezcle y deje sofreir a fuego lento.

2. Luego de seis meses, revuelva otra vez y ponga una pizca de sicodelia setentera salpicada con lenguaje cinematográfico y/o cultura pop, (nostalgia, melancolía, tendencias suicidas y autodestrucción al gusto).

3. En plato aparte, corte trozos de clásicos literarios y sasónelos con con polvo de filosofía barata y malos recuerdos. Hierva por tres años y deje enfriar un mes. Sirva para tres o cuatro gatos.

Puede acompañarse con pretenciosidad cinéfila o miseria tercermundista. El resultado: un agridulce banquete de veneno industrial. Pura dinamita nocturna.

EL AUTOR.