
Esta novela inicialmente se iba a llamar Puras Disculpas. Era poesía rock. Quería hacerle un homenaje de 200 páginas a la excelentísima canción de Nirvana, All Apologies, pero en labios de Sidneay O’conor. No obstante, al final, me daría cuenta de que no funcionaba. Si bien mis influencias me habían llevado a revisitar los territorios de Kerouack, Leonard Cohen, Barry Giford, Loriga, “el viejo” Bob,

De este modo, la receta parecía muy sencilla:
1. Ponga una cucharada de periodismo literario en un sartén; agregue expresiones idiomáticas, mezcle y deje sofreir a fuego lento.
2. Luego de seis meses, revuelva otra vez y ponga una pizca de sicodelia setentera salpicada con lenguaje cinematográfico y/o cultura pop, (nostalgia, melancolía, tendencias suicidas y autodestrucción al gusto).
3. En plato aparte, corte trozos de clásicos literarios y sasónelos con con polvo de filosofía barata y malos recuerdos. Hierva por tres años y deje enfriar un mes. Sirva para tres o cuatro gatos.
Puede acompañarse con pretenciosidad cinéfila o miseria tercermundista. El resultado: un agridulce banquete de veneno industrial. Pura dinamita nocturna.
EL AUTOR.
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